En el marco de los 300 años de Montevideo, el aniversario de nuestra capital es una oportunidad para reflexionar sobre el futuro de la ciudad. Pensar en su evolución no solo implica revisar lo ya construido, sino, sobre todo, proyectar el modelo de ciudad que queremos habitar en los próximos años. Para ello, es fundamental considerar tanto el escenario actual, con las medidas públicas implementadas, como una visión a largo plazo que contemple el impacto de estas estrategias.
Este primer artículo se centra en el barrio fundacional de la capital: la Ciudad Vieja, el punto de origen de Montevideo. Más que un testimonio de su historia, hoy hablaremos de sus límites bien marcados como una marca de identidad que fomenta la diversidad.
Ciudad Vieja posee características únicas que la convierten en un espacio con gran potencial de transformación. Una de sus cualidades más determinantes es su escala: el barrio está compuesto por 85 manzanas, formando un rectángulo irregular de 13 manzanas de este a oeste y 8 de norte a sur, rodeado por agua en tres de sus lados. Al igual que ocurre en Manhattan, sus límites bien definidos impiden la expansión, lo que significa que su crecimiento solo es posible a través de la transformación y reutilización del tejido urbano existente, así como mediante la flexibilización de ciertos aspectos normativos.
Lejos de ser una restricción, esta condición es parte de su identidad. Permite la coexistencia de edificios de distintas épocas dentro de un mismo entorno, generando un paisaje urbano diverso y de gran riqueza patrimonial. En este sentido, el límite no es un obstáculo, sino una oportunidad para consolidar su identidad urbana y su valor arquitectónico.
Además, su escala compacta refuerza la idea de una ciudad de proximidad. Dentro de Ciudad Vieja, cualquier punto es accesible en menos de 15 minutos a pie, con una extensión aproximada de 17 minutos de este a oeste y 15 de norte a sur. Esta característica no solo potencia su desarrollo, sino que también la posiciona como un modelo urbano sostenible, con una alta densidad y un entorno conectado que facilita la vida cotidiana sin depender del automóvil.
Ciudad Vieja es un espacio urbano donde conviven distintos estilos arquitectónicos, épocas y tipologías edilicias en un área que puede recorrerse a pie en pocos minutos. Esta diversidad no solo se manifiesta en su paisaje urbano, sino también en la oferta de servicios gastronómicos y culturales, conformando un entorno ecléctico y dinámico que potencia el uso del espacio público como lugar de encuentro y disfrute. ¡En la Ciudad Vieja te cruzas con gente!
El desafío para los diseñadores del futuro radica en la incorporación de arquitectura contemporánea que dialogue con lo preexistente. No se trata solo de preservar el patrimonio, sino de proyectar nuevas tipologías habitacionales que respeten la identidad histórica del barrio sin renunciar a una visión innovadora sobre la forma de habitar. La modernización debe ser una oportunidad para repensar cómo se integran los valores patrimoniales con las necesidades del presente y del futuro.
Desde lo cultural, la Ciudad Vieja debe apostar por espacios singulares, de escala generosa, que articulen lo histórico con lo contemporáneo. Esto puede expresarse tanto en la forma en que los edificios incluyen áreas de valor patrimonial dentro de su propio diseño, como en la manera en que se relacionan con el espacio público inmediato. La clave está en generar una arquitectura única y de calidad, que no replique soluciones genéricas del resto de la ciudad de Montevideo, sino que proponga intervenciones a medida, concebidas para enriquecer la experiencia urbana con una propuesta exclusiva y diferenciada.
Para lograr este equilibrio, es fundamental que los distintos actores involucrados asuman un compromiso compartido. Por un lado, las entidades públicas encargadas de la protección del patrimonio deben ejercer un control con criterio y cierta tolerancia, permitiendo intervenciones contemporáneas que dialoguen con la identidad histórica del sector. Por otro, los profesionales que actúan en la transformación de estos espacios deben contar con un profundo conocimiento e investigación en patrimonio, lo que les permitirá operar con sensibilidad y precisión.
Asimismo, es clave que los propios usuarios reconozcan el valor de estos espacios y los adopten como parte de su identidad cotidiana, fomentando su preservación y resignificación. Del mismo modo, los inversores deben comprender la importancia de estas intervenciones y asumirlas con una vocación de mejora urbana, no solo como una oportunidad económica.
La puesta en valor del patrimonio es una tarea colectiva, en la que el compromiso de todos los actores —Estado, profesionales, ciudadanos e inversores— resulta imprescindible para garantizar un desarrollo armónico y sostenible de la ciudad.
Desde esta perspectiva, Ciudad Vieja nos interpela: nos desafía a sustituir, modernizar y evolucionar. Sin embargo, el reto no es solo preservar su pasado, sino proyectar un futuro sostenible y dinámico. La experiencia de numerosos cascos históricos europeos ha demostrado que aquellos que dependen exclusivamente del turismo se vuelven frágiles, enfrentando procesos de gentrificación y la expulsión de sus residentes originales. Para evitar este destino, es fundamental pensar Ciudad Vieja con una visión más amplia y diversa.
El barrio debe consolidarse como un entramado de manzanas con usos más diversos, donde se integren nuevas oportunidades laborales sin desplazar las actividades tradicionales. A su vez, resulta clave registrar y comprender las distintas temporalidades de residencia que hoy conviven en el barrio: desde quienes lo transitan fugazmente, hasta quienes trabajan largas jornadas, disfrutan de su vida cultural o lo habitan de manera permanente. Estas dinámicas superpuestas, lejos de ser una dificultad, son una fortaleza, ya que permiten generar un ecosistema urbano más resiliente y accesible, donde los servicios, la movilidad y el espacio público favorecen la interacción en una escala barrial.
La verdadera riqueza de Ciudad Vieja radica en la coexistencia de múltiples tiempos y usos en un área relativamente pequeña. El desafío, entonces, es claro: construir una Ciudad Vieja que, sin perder su esencia, sea un motor de innovación y desarrollo, adaptado a los tiempos que vienen.