Este programa de restauración se enfoca en un edificio originario de 1920, el cual, pese a no destacar por su arquitectura, se localiza en un punto excepcional dentro del área histórica de Málaga. Esta ubicación es particularmente notable entre la calle Santa María, que culmina en la Plaza de la Constitución, y el emblemático Pasaje de Chinitas. En las cercanías, se encontraba el célebre —aunque ya extinto— Café de Chinitas, un punto de reunión clave para figuras del flamenco y para históricas personalidades como Picasso, Dalí y el poeta Federico García Lorca.
El emprendimiento elimina estructuras y anexos acumulados a lo largo del tiempo, afianzando su estructura a través de la extensión de cornisas y pendientes de tejados que miran al Pasaje de Chinitas, resucitando así su apariencia original. No obstante, en su fachada contraria, donde faltan referentes históricos previos, proponemos la creación de un nuevo rostro, un fondo escénico que contribuye a la configuración urbana, haciendo tangible el recuerdo del lugar.
Se rescata la antigua técnica del esgrafiado, largamente olvidada por la arquitectura moderna, para diseñar un relieve que transcribe las palabras del poema «Conjuro» de Federico García Lorca, incluido en su libro «Poema del cante jondo» (1921). Este esgrafiado graba sobre la epidermis del edificio un esquema, una modulación que actúa como soporte para el despliegue de un nuevo lenguaje visual. Se configura así una fachada narrativa, cuyas formas y repetición de detalles evocan a la arquitectura andalusí con sus geometrías, arabescos y ornamentaciones. A través de un vocabulario moderno, se evita la nostalgía restauradora y la reproducción infiel de estilos antiguos. Nuestro propósito es mantener un vínculo con la historia del sitio, pero también plasmar nuestra época, visión y aspiraciones, añadiendo una nueva capa temporal al rico palimpsesto urbano.
Las palabras emergen mediante caracteres de diseño abstracto que simplifican en trazos menores, jeroglíficos que se integran dentro de la retícula general. De esta forma, se crea un tejido decorativo que invita a interpretaciones más profundas y celebra la memoria del sitio. La arquitectura, a través de su materialidad, se convierte en un medio para atesorar el tiempo, honrar la historia urbana y proyectarla hacia el futuro. Así, el edificio se erige como un contenedor de relatos, un catalizador para la generación de una memoria colectiva vinculada a un espacio específico, fomentando una futura interacción con las generaciones venideras.
Celosías y balcones siguen la misma estética del esgrafiado, otorgándole al edificio una coherencia y solidez visual. Limitados por el tamaño específico del espacio, escogemos partes del poema que encajan en este, generando de forma fortuita y necesaria nuevas composiciones literarias, que se perciben casi como haikús: «Corazón invisible, humo» o «Medusa ciega, el ojo topo». La luz natural filtra a través de las celosías, proyectando las palabras en el interior en un juego de sombras que varía con el paso del día, haciendo del Sol el lector de Lorca.
Se utiliza una gama de tonos cálidos para el fondo del esgrafiado, desde el amarillo pálido del Pasaje de Chinitas hasta un naranja en la parte superior, integrándose así con los colores del edificio colindante. Este efecto remite a la obra "La separación de la tarde" (1922) de Paul Klee, pero invertido, buscando moderar la percepción visual de la verticalidad del edificio causada por la estrechez de las calles.
Dentro del edificio, se descubre un patio que provee luz y aire a la nueva escalera, una estructura dorada que se extiende junto a un mural de formas triangulares, una interpretación libre del poema «La soleá» (1921). Capas negras que se fusionan con el cielo y se extienden sobre paredes y suelos en entradas y descansos.
A menudo se piensa que lo decorativo es meramente accidental o prescindible, incluso visto como una falta en la modernidad. Hemos optado por revertir esta visión, haciendo esencial la expresión del edificio, hasta el punto de que la propia estructura pasa a segundo plano, convirtiéndose en el lienzo de un lenguaje. Si, como se ha dicho, la poesía es un cuadro sin forma y la pintura es un poema con forma, nuestro deseo ha sido fusionar ambas disciplinas. Dar cuerpo y forma a las palabras mientras se configura una imagen para ser interpretada. De las palabras a la sustancia, de la memoria al tiempo, lo ancestral y lo contemporáneo se amalgaman en un conjuro de protección que, desde una perspectiva actual, se brinda al espacio público de la ciudad.